lunes, abril 16, 2007

Narraciones de la Mística Urbana XVI

Austin

La noche es agradable, fría y enigmática. Situación perfecta para caminar por la ciudad. El sentimiento de estar en una ciudad ajena exalta la posibilidad de aventura. Bares, luces, restaurantes, calles, autos, gente. La soledad no podía ser mejor compañera en esta caminata nocturna. A veces pienso que soy un poco huraño, tal vez lo sea, me importa poco. A un lado pasan niñas sedientas de una noche contingente y de escasa moral. Yo simplemente regreso las sonrisas que me han hecho.

Decido entrar a un bar. La música es adecuada, un Dj mezcla ruido tipo lounge con vocales femeninas bastante pertinentes. Me siento en la barra y pido un shot de tequila. El pretexto es un deseo de perder la racionalidad prontamente. Continúo con mi clásico vodka tonic. Es increíble la debilidad que presento ante el líquido cristalino. Disfruto mi salida solitaria. A mi lado, han llegado dos puellas increíblemente hermosas. Tez morena y nieve, blue and hazel eyes, cuerpo fino, cabello obscuro y fuego. Las observo por un minuto. Disfrutan su compañía y su plática, no han regalado ninguna mirada a los hombres del lugar. Dubitativo de acercarme a ellas me veo frenado por una imagen de un cálido y tierno beso. Ridícula y torpe escena hubiera sido acercarme a una pareja lésbica. Me siento tranquilo y olvido cualquier intento de contacto. Llamo al bar tender y pido otro trago. Minutos después siento una mano tersa en mi rodilla – are you alone? – en un errático y nervioso inglés contesto que espero a alguien. Me propone esperar juntos; Juliet, su novia Diana y yo. La conversación era libre y familiar, el alcohol era fugaz, la música un eterno continuo de emociones. Diana con una mirada en búsqueda de verdad y en una voz roja me pregunta cuál sería el mejor beneficio si yo fuera mujer – La seguridad de que a veces me vean como un objeto puramente sexual – contesto sin retirar los ojos de la mirada azul de Juliet. Era obvio que mi respuesta no resultó ofensiva para ninguna de mis nuevas amigas. Solamente aumentó el deseo de una por la otra. Ahora yo me sentía incómodo y fuera de sitio, tal vez era momento para retirarme y dejar la soledad para ellas. – Ya nos vamos a nuestro apartamento ¿Vienes? – dijo Diana mientras abrazaba a Juliet. – Gracias, prefiero regresar a mi hotel, no quiero estorbar – respondí estúpidamente. – Descuida, dudo mucho que nos estorbes – decía Diana en su voz rojiza. Infinidad de pensamientos atravesaban mi mente y deseo. En realidad no había nada que pensar, era imposible pensar. El instinto y la intuición resultaban mejores consejeras. Mi decisión no fue la mejor, pero sí la más acertada. Simplemente dije que no podía, di alguna razón estúpida y nos separamos. Regresé solo a mi cuarto y disfruté despertar por la mañana con esa ausencia de consecuencias y responsabilidades que tanto evito.

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